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Cine Concierto George Méliès: locura, ficción y anarquia.

Articulo publicado originalmente en: Yaconic 

Fotos: Ray Marmolejo / Bestia Aural

Tiempo aproximado de lectura: 30 mins.


Para ser sinceros, quizá debería empezar esta narración con la fórmula de siempre y ahorrarles tanta lectura, porque aceptemoslo, leer, nos da flojera. Así, que podría empezar así:

El pasado domingo, 4 de diciembre de 2016, Se llevó a cabo, el Cine-Concierto Georges Méliés. Donde se proyectaron por primera vez en México, una recopilación de las mejores obras del reconocido cineasta francés. Con la musicalización original del ensamble experimental conformado por los afamados músicos: John Medeski (Medeski, Martin & Wood), Mike Rivard (Morphine), Lee Ranaldo (Sonic Youth), y Kenny Grohowsky (Abraxas), como parte del #BestiaFestival en colaboración con el #FestivalAural.

Lo cierto es, que ya respondí a las 5 preguntas básicas: Quién, cómo, cuándo, dónde, y por qué. Para algunos, eso sería suficiente. Bastaría con agregar un: Y la pase chingon le de doy un like, nomas con eso y directo a la fama. Lo cierto es que los protagonistas de este evento, merecen un poco de crédito. En este caso, vale más una buena historia que 10k de likes.

Llegué al Auditorio BlackBerry antes de lo esperado, la cita era a las 19:00, pero las filas apenas se formaban. Contaba con una media hora de sobra. Decidí fumar, al fin y al cabo es mejor no llegar al principio…

Nunca me ha gustado estar hasta el frente. El escenario nubla la visión, las bocinas y amplificadores revientan nuestros tímpanos y la cantidad de personas a nuestras espaldas hacen imposible la huida rápida, el ‘hit and run‘ al baño, o la salida a la barra. Nada como sentirse cómodo, mirando desde en medio, donde nadie ambiciona tu lugar y la cerveza se consigue a unos pasos.

El acceso al Auditorio se localiza en la calle de Tlaxcala 160, transversal a Insurgentes. Di una vuelta, no muy lejos para sacar la pipa y probar la reciente adquisición de buena yerba, proveniente del barrio bravo. Ya me la estaba saboreando cuando noté que la había olvidado en el carro.

¡Qué diablos! ¡Un error de principiante! La mota nunca se olvida. Primer strike. Sobrio y con 60 pesos en el bolsillo decidí comprar un agua de litro, y guardar el resto para el bajón. Las puertas  de acceso se abrieron, regresé a mi lugar.

En la puerta de acceso, el cuerpo de seguridad, tiro mi botella con más de ¾  de agua a la basura, por considerarla un arma biológica peligrosa, para la economía de la gente que vende el alcohol adentro. Segundo strike. Saqué mi celular para revisar la hora. Como siempre, hasta para valer verga, valgo verga; no quedaba absolutamente nada de batería.

¡Maldición! ¡Estoy fuera!, grité. Y yo que quería registrar mi visita y publicar algo como: “Me siento ansioso en Foro Blackberry” o por qué no, “Excitado, con unas chelas en Foro Blackberry”;  nomas pa’ pararme el culo. Apreté de nuevo el botón de encendido y un destello rojizo parpadeo tres veces.

Mejor así, de todos modos, acaso una decena de mis contactos le daría “me gusta”, de los cuales, tan sólo un par tendría una vaga referencia del ¡Famoso, célebre, brillante, internacional: Geoooorge Meeeeliés! (Ovaciones, para el maestro, por favor).

A últimas, me parece ridículo andarle contando a todo el mundo cada segundo de mi vida, con quién salgo y dónde voy. Sinceramente, a nadie le interesa y el like, es por compromiso. Me olvidé del aparato y comencé a inspeccionar el lugar.

El cine Las Américas, en Insurgentes y Baja California, 1955 / Foto @cdmexeneltiempo

El edificio que ahora alberga al Foro se localiza sobre Insurgentes Sur a la altura del metro Chilpancingo. Originalmente inaugurado en 1952 como “Cine Las Américas”, aquí se exhibieron grandes filmes de la época, convirtiéndose en uno de los sitios de entretenimiento con mayor popularidad para la sociedad capitalina.  Hoy posee una apariencia más bien sencilla, minimalista. Una nave de proporciones adecuadas para recibir a un promedio de 3 mil personas, en un ambiente cómodo y discreto.

Visualmente agradable, sin mucho adorno. Las paredes y la cubierta tapizados con paneles de madera, dispuestos en columnas que no cubren toda el área de fondo, lo que permite observar los muros de tabicón en el cuerpo desnudo del edificio, un toque rústico que seguramente permitió economizar en costos y tiempos de construcción, aprovechando el cascarón del antiguo cine como parte de la decoración. El emblema de #BestiaAural, proyectado a cada lado en las alturas, coronaba la sala que apenas comenzaba a llenarse. 

El problema de llegar temprano a cualquier evento, es que uno se aburre por un buen rato.  En la pista, los puntuales se sentaron a esperar ese momento en que la sombra de la multitud nos rodea y resulta incómoda, entonces hay que levantarse y continuar esperando, hasta que las luces se apagan, los músicos salen al escenario y comienzan a afinar. En ese momento sale de nosotros el bicho de la ansiedad, el cuerpo se relaja y se pone receptivo. Es el primer síntoma de que “el show” va a comenzar.

Son las 19:30 y ningún síntoma se ha manifestado. Todavía hay personas sentadas en el suelo y grandes espacios para moverse entre los espectadores. Los meseros deambulan con sus charolas, ofreciendo -casi suplicando- el elixir en sus manos, llamado cerveza. Es de barril, se ve oscura y deliciosa con esas gotas de frío sudor, como una foto de producto en el Oxxo, en plenas vacaciones de verano.

Que lástima, casi nadie está bebiendo, 100 morlacos por vaso de 750 ml, es un robo para quienes estamos quebrados.


De pronto, como de un parpadeo, el espacio se llenó y las luces blancas que iluminaban la sala se desvanecieron, al mismo tiempo que en la pantalla se pudieron leer los primeros créditos: L’HOMME ‘A LA TETE DE CAOUTCHOUC.

L’HOMME ‘A LA TETE DE CAOUTCHOUC | “El hombre de la cabeza de Goma” (Francia, 1901)

El filme inició con un estruendo de batería que sacudió a los presentes, muchos de los cuales siguen ensimismados en sus smartphones, hasta que el estrépito de los instrumentos, levantó su mirada hacia el frente, donde la magia hipnotizante de Méliès surtió efecto de inmediato, capturando nuestra atención con sus ilusiones ópticas y una cabeza de goma que se infla con el poderoso redoble de la batería, hasta reventar.

Nadie parece notar, que ninguno de los músicos se ha presentado, más importante aún, ninguno de ellos mira en dirección al público. Todos se encuentran distribuidos sobre el escenario, de tal forma que también observan la pantalla, accionando sus instrumentos conforme la trama se los pide. Todo queda claro entonces: están improvisando y es el propio Méliès quien dirige a la orquesta.

En efecto, la dirige; sobre la tela blanca, LE MÉNOMALE | “El Mélomano” (Francia , 1903),  dibuja una llave de Sol en un gran pentagrama. Nos mira a los ojos y con un alegre baile va y viene, arrancándose mágicamente la cabeza del cuerpo, una y otra vez, para lanzarlas por los aires frente a nuestros ojos y con ellas dictar, las notas musicales que ésta noche habremos de seguir.

Tal vez Méliès adivinó que algún día, el cine sería una gran industria, con efectos ilimitados y la capacidad de agregar sonido a sus obras. Quizá dejó las instrucciones para que alguien en el futuro, probablemente Medeski, Ranaldo, Rivard, Grohowsky y todos los presentes, vibraramos con su encanto. No habría de sorprendernos, por algo le decían el Alquimista de la luz.


George Méliès fue un pionero del cine como lo conocemos. De hecho, es formalmente reconocido como padre de los efectos especiales. Antes de películas como Blade Runner o Star Wars, las ilusiones del Alquimista de la luz, fueron capaces de sorprender al mundo, llevándonos incluso al espacio exterior. Tal es el caso de Viaje a la Luna (Francia, 1902) célebre cinta, considerada su obra maestra, conocida por aquella escena del Cohete-Bala que se impacta directo en el ojo de la luna. 

LE VOYAGE DANS LA LUNE | “Viaje a la Luna” (Francia, 1902)

Hay que reconocerlo, Méliès no sólo fue creativo al emplear la sobre-impresión, la fotografía compuesta, la exposición múltiple o la cámara detenida, para darle vida a la luna, que gesticula en una perfecta y cómica mueca de dolor y fastidio. También fue un visionario.

En aquella cinta se adelantaba 67 años a la llegada del Apolo 11 a nuestro satélite. Hay quienes dudan de la veracidad de aquella impactante transmisión de la NASA y argumentan que, el pequeño gran salto para la humanidad, fue mera estrategia filmada en un estudio; frente al escenario de la Guerra Fría y la carrera espacial. De cualquier modo, Méliès les dió la idea.

Primero, tendríamos que comprender el contexto de Méliès en el siglo XIX. En aquel entonces, el cinematógrafo fue considerado un objeto sin futuro, en el que no valía la pena invertir. No se creía en la producción de grandes películas, nadie podía imaginar que la juventud de hoy día, no sabría vivir sin Netflix o la cámara de su smartphone. Tal parece que George sí lo hizo, no obstante, él no era un cineasta, el cine, en realidad, aún no existía.

Antes de Méliès, el cine era visto como una especie de atracción de feria. El cinematógrafo, invención de los Hermanos Lumière, era capaz de filmar y proyectar escenas cotidianas, sin embargo, era menospreciado por sus propios inventores, quienes le daban un carácter meramente documental.  En 1895, los Hermanos Lumière realizaron en París, la primera demostración pública de su invento.

La historia narra que: La salida de los obreros de la Fábrica Lumière, impresionó al público con la llegada de un tren. El pánico inesperado, se desató entre los asistentes al creer que dicho tren, saldría de la pantalla arrollando a todos los presentes. La sociedad de aquel entonces, no estaba a acostumbrada a ver películas, pero poco a poco, la invención fue adquiriendo un éxito incalculable. 

En realidad, el cinematógrafo no creaba imágenes en movimiento, sino una ilusión óptica al proyectar 24 fotogramas por segundo, lo suficiente para engañar la vista y obtener la impresión de movimiento. Algo que maravilló a Méliès, quien se encontraba entre los asistentes e inmediatamente quiso adquirir el aparato, no obstante, la negativa de los hermanos fue total.

Al parecer, Méliès destacó durante su juventud por su talento con el dibujo y la pintura, pero se vió obligado a ayudar a su padre, quien era zapatero, en plena revolución industrial. Ese primer contacto con las máquinas, despertó su interés por la mecánica. Más tarde descubriría su vocación: la magia y el ilusionismo. Cuando su padre se retiró, George se negó a continuar con el negocio, utilizando su parte de la herencia para comprar el teatro “Robert Houdin” en donde alternó actos de magia con proyecciones fotográficas. 

Tras la negativa de los hermanos Lumiere, Méliès compró el biscopio a William Paul, un londinense de la competencia. Ayudado por Lucien Korsten, ajustó el aparato para que pudiera capturar imágenes y después proyectarlas. En 1896 fundaron la Star Film Company, con la que producen cientos de películas. En realidad Méliès se obsesionó con la filmación de sus obras y ese fué el principio de sus problemas…


Sin duda, debió ser impresionante y un tanto aterrador para la gente de la época, presenciar por primera vez el arte surrealista de la ciencia ficción, a través de la historia de Fausto en los infiernos (Francia, 1903) o el increíble El viaje de Gulliver entre los Liliputenses y los Gigantes (Francia, 1902).

FAUST AUX INFERNOS | “Fausto en los infiernos” (Francia, 1903)

Incluso ahora, las reacciones de la gente a mi alrededor son de lo más variadas, es imposible no asombrarse con las manchas de colores, reírse con las ocurrencias de los personajes o maravillarse del extraño fenómeno tridimensional que estamos observando, lo que me lleva a deducir que, las caras de sorpresa y terror en algunas personas, se deben más bien a los músicos, que no terminan de convencer a la mayoría de los asistentes.

De pronto, Lee Ranaldo, se roba la atención de los espectadores, que somos atrapados con el espantoso y hechizante ruido de su guitarra al estilo de Mote o los últimos minutos de Mildred Pierce de Sonic Youth. Él, no observa la pantalla, tampoco mira hacia el público. Mantiene los ojos cerrados y se mueve  como en un profundo trance, improvisando sonidos alucinantes en un perfecto desorden.

Para quienes nunca han escuchado a Sonic Youth, sólo hay una cosa que decir: La neta, es puro pinche ruido… La banda neoyorquina que abriría espacio para el género alternativo, nació en 1981 y fue una destructiva e indomable fuerza musical, que estremeció a los incomprendidos jóvenes de los 90’s, con su propia versión de Superstar y algunas notas tan violentas, como ataques epilépticos. El libro blanco del Rock de RIL Editores, menciona:

“Hablar de Sonic Youth es tocar la tecla del ruido, ya está dicho, pero su provocación está lejos de la estridencia […] Thurston Moore, Lee Ranaldo y Kim Gordon trabajan de una manera que va más allá del mero liderazgo individual. Tres mentes, tres sensibilidades que, al unísono, producen un sonido demoledor. Como esas niñas que no pueden jugar con sus muñecas sin decapitarlas.” 

El libro blanco del Rock, RIL Editores, 2014

Ranaldo, aún no decapita a su guitarra, en cambio rasguña el piso con ella. En la pantalla, un sin fin de Alucinaciones Farmacéuticas (Francia, 1908),  nos transportan a un mundo onírico, mientras Ranaldo golpea las cuerdas con el micrófono que generan un estruendo.

¡Pum! ¡Una nube de polvo y un fantasma aparece frente a nosotros!, seguido del redoble vibrante de Kenny Grohowsky. del grupo Abraxas, que sacude nuestras cabezas con su eléctrico sentimiento. La gente comienza a gritar y ellos suben la intensidad. Están Rockeando, jugando con nuestros sentidos, nos hemos olvidado que se trata de un ensamble experimental.

Hallucinations pharmaceutiques – “Alucinaciones Farmaceuticas” – Francia (1908).

Pronto nuestras miradas son hipnotizadas por el mal-trip del boticario, perseguido cómicamente en la pantalla, por un grupo de fantasmas. Es el turno de Medeski y sus teclados persiguen al asustado personaje, con un tono de misterio que recuerda a los castillos subterráneos de Super Mario Bross: turu, turu, turuu (pausa) turu, turu, turuu, pero con un toque del viejo y alucinante Rock Progresivo, perfecto para esos líos con LSD, en los que todo se te derrite.

En eso entra Rivard con su enérgico punteo y ¡Listo! El hechizo está completo, ahora todos marcamos el ritmo con el cuerpo, golpeamos el piso con los talones y observamos la pantalla como un único ente. 

Alguien a mi lado enciende su cigarrillo morado. El aroma a marihuana es inconfundible y por primera vez, no soy yo quien empieza de faltoso. A nadie parece molestarle. Una potente carcajada femenina resuena por detrás de mi cabeza. En la pantalla: fantasmas, un brujo, un hada. El baterista comienza a tocar más y más rápido,  los demás instrumentos se funden en una orgía de sonidos psicodelicos. Los latidos de mi corazón comienzan a sincronizarse entre la desquiciada música y la sucesión de imágenes ¡Demonios! Si tan sólo tuviera un poco de LSD…

…Mi corazón, la batería, los fantasmas, la risa, las vibraciones que se incrementan y no se detienen. Mi corazón, Melies, la guitarra, los fantasmas, el LSD, la gente, la risa, los redobles que tocan más y más rápido. ¡Pum-pum-pum-pum! Mi corazón va a explotar. Méliés, el bajo, los fantasmas, el boticario, los teclados, el LSD, la gente, la risa, la batería, ¡Pum-pum-pum-pum! Mi corazón, más y más rápido…

El clip termina y los músicos se detienen al momento. ¡Aplausos! Mi corazón se relaja mientras el público grita ávidamente. De inmediato comienza el siguiente filme y la música arranca con un tono oscuro y pesado que parece salir del mismísimo averno, conforme Fausto desciende al inframundo en busca del conocimiento ilimitado y los placeres mundanos.

La música se apodera del público, la gente comienza a sacudirse de atrás hacia adelante, meneando la cabeza, sintiendo el poder del Rock. Los cuatro músicos tienen formaciones y estilos diferentes, los sonidos que producen se mueven entre la anarquía y el completo desorden, pero ¡Están rockeando!

Fotos: Ray Marmolejo / Bestia Aural

Guido de Arezzo, en la Edad Media; desarrolló la escala diatónica, perfeccionó la escritura musical al inventar un sistema similar al pentagrama y uno más para la “solmización” o solfeo. Descubrió también, un acorde que provocaba cierta disonancia antinatural, cuya naturaleza demoníaca, desplaza el pensamiento del oyente hacia lo impuro, empujando el alma inocente de quien le escucha, hacia lo prohibido.

Un elemento musical de esa clase, sólo podía de ser obra del mismísimo diablo. El tritono del 7° acorde, es un arma de la que se sirven los demonios, para adentrarse a través de la música en el hombre. Por esa razón,  recibió el nombre de diabolus in musica y su interpretación fue duramente castigada, durante toda la Edad Media.

El trítono maldito, fue sepultado y olvidado, hasta la llegada del Romanticismo, que trajo consigo, la música programática, la cual  representaba una asociación de imágenes o estados de ánimo. y fue usado en obras como la Sonata a Dante de Franz Liszt   o El ocaso de los dioses de Richard Wagner, que no se alejaban de la temática demoníaca.

En la música moderna, el Jazz ha sido uno de los géneros, donde el diabulus in musica tiene mayor presencia, pero es también donde menos se aprecia su oscuro pasado. Siendo el Jazz, una composición armónica, por lo regular alegre, que se basa en el permanente cambio entre  tensión y relajación, el tritono resulta una herramienta fundamental. En cambio su hermano menor y melancólico, llamado Blues, siempre en íntimo contacto con el Jazz, pero ajeno a las prohibiciones, más cercano a la oscuridad y al sufrimiento, se ha convertido en otro gran refugio para el acorde.

En la pantalla, el demonio Mefistofeles le da a Fausto un momento de descanso. La música del ensamble se torna más densa cada vez. Mientras el personaje con cuernos , señala hacia un profundo pasadizo, es el abismo del diablo. La batería, simula los pasos de Fausto, el eco de la caverna y la tensión del peligro. El tritono está presente desde hace un rato en los cuatro músicos que parecen preparados para invocar al Dios-Demonio del progre y ponernos a bailar, la danza del inframundo.

Tampoco debería sorprendernos, Medeski y Rivard están formados en el Jazz de Vanguardia, que es una estilo neo-surrealista. Kenny Grohowski es un baterista prodigio, que ha trabado con todo tipo de géneros, que van desde el Jazz Contemporáneo, el Moderno, de Fusión, Funk, Indie, New Classical, Hip-Hop, Hard Rock, Death Rock y hasta el Rock Progresivo. Y Ranaldo, Lee Ranaldo está loco, pero tiene experiencia con los performance experimentales, además de haber sido elegido el número 33, en la lista de los Los 100 mejores guitarristas de todos los tiempos realizada por la revista Rolling Stone.

El cuarteto deja atrás los gritos guturales y los tonos sombríos, para regresar al delirante  Progresivo con una chispa a Heavy Metal, suena como Rat Salad. El tritono se impone sobre el público que comienza a matear con ganas. Es curioso observar que, si se analizan las raíces de Heavy, una de las bandas que sentó las bases del metal, tal y como hoy lo conocemos, fue Black Sabbath, que popularizó el acorde maldito de forma casi involuntaria en la introducción de su canción homónima Black Sabbath (1969).

Fotos: Ray Marmolejo / Bestia Aural

En este momento, Fausto recorre el averno y se topa con los tormentos infernales, disfrazados de belleza femenina. En la pantalla, un grupo de hermosas mujeres bailarinas, unen sus cuerpos creando un monstruo aterrador, con tentáculos en forma de piernas, que se extienden hasta alcanzarnos y ponernos bajo su control. Es el Dios-Demonio del Rock Progresivo, que ha sido invocado por Méliés y los músicos, para nuestro deleite.

Para quienes nunca han escuchado hablar del progresivo, se trata de un género que nace a finales de los 60, en un intento por dar mayor peso y credibilidad a la música rock, al agregarle el mismo nivel de sofisticación e instrumentación que el jazz o la música clásica.

En pocas palabras, se trata de un rock orgánico, con tintes psicodélicos de jazz, soul, funk y blues, en los que resaltan los sonidos agudos de la guitarra o el ritmo abstracto y pegajoso de los teclados. Algunos recordarán a emblemáticas bandas como King Crimson, Rush, Genesis. o Aphrodite’s Child.  La realidad es que la sala continua vibrando con esta extraña anarquía de sonidos e imágenes, que dejarían a Pink Floyd como un Dummy del movimiento psicodélico.

Ha llegado el momento del Break, las luces se encienden, el proyector se apaga y las filas en la barra y el baño se vuelven insoportables. Reviso el programa, sólo faltan dos filmes más.


La última parte del concierto llegó cuando, las luces se apagan nuevamente y todos podemos leer en la pantalla: LE ROYAUME DE FÉES | “El Reino de las Hadas” (Francia, 1903). La película comienza en una Corte Real y ésta vez es el bajo, quien se prende, seguido por los teclados, la batería y la guitarra, que nuevamente nos ponen a matear.

Gritos y aplausos se escuchan en toda la sala. Los músicos aprietan y nuestras cabezas responden. Ranaldo en su trance, siente la música, siente a la gente y hace chillar su guitarra. El sonido eléctrico de los instrumentos, corta el aire, erizándonos la piel.

LE ROYAUME DE FÉES | “El Reino de las Hadas” (Francia, 1903)

Puede que en este film, aparezca el primer “timelapse” de la história. Una tormenta que se desata y cobra vida con tal fuerza, que produce vértigo en quien le observa. Al parecer, la creatividad de George no tenía límites. Fue en alguno de sus experimentos, que descubrió por casualidad el método del “stop-trick“, antecesor del llamado “Stop- Motion“, con el que realizó inigualables efectos especiales. Sin embargo, pese a su gran genio, Méliés murió prácticamente en el olvido.

Mientras otras productoras alquilaban sus filmes, Melies vendía los suyos, obteniendo apenas una fracción de lo que realmente recaudaban. Al final, se quedó sin nada. Con la llegada de la Primera Guerra Mundial, los tiempos se volvieron difíciles.

George tuvo que vender su teatro junto con las grabaciones que aún conservaba, material que se perdió para siempre. Sobrevivió gracias a un puesto de golosinas, hasta que en 1931 fue redescubierto y condecorado con la Cruz de Honor de la Legión. Luego, la Mutua de Cine que él mismo había fundado, le ofreció una ayuda económica que le permitió retirarse hasta su muerte.

La música se termina y las ovaciones comienzan de la mano del tan esperado Viaje a la Luna, que sorprende a los espectadores con su dinamismo. Si bien el guión es una adaptación de De la Tierra a la Luna de Julio Verne, sorprende ver un mundo contaminado por los desechos de las fábricas y el arduo trabajo de los obreros, en favor de la Aristocracia, como una sutil advertencia de lo que sería nuestro futuro. Una crítica real y discreta de la sociedad que se veía venir. 

Los músicos se acercan al clímax, mientras los astrónomos ascienden a la luna disparados por un gran cañón. En eso, el impacto. La batería incrementa el volumen, al mismo tiempo que la luna hace su grácil mueca de dolor y la gente grita otra vez. El cuarteto aumenta la intensidad y los corazones de la audiencia se aceleran, mientras los exploradores son perseguidos por los habitantes de la luna, hasta que por fin retornan a la Tierra y los músicos se elevan hasta el firmamento con el último golpe de Rock.

En efecto, ¡están rockeando! Las cabezas no dejan de sacudirse con éste perfecto y completo desorden.  Es un sacrilegio para la gramática musical tradicional. Una panda de locos que parecen salidos del bus escolar, pintado con flores incandescentes y arcoiris luminiscentes de Ken Keassey y los alegres bromistas. La gente se emociona, algunos saltan en su lugar, conforme la trama avanza y la música continúa elevándose, no hay duda de que son maestros en su género. Han dominado al dios del progre con sus notas. 

¡Qué discutan los filósofos, si la neta es puro pinche ruido! La ovación es general y es una clara muestra de que lo bello en ocasiones coexiste con lo grotesco. Lee Renaldo está girando sobre el escenario, con los ojos cerrados y la guitarra volando; la sujeta del Tali con una mano y de la palanca de vibrato con la otra, como si quisiera arrancarla del puente que se tensa.

Vibran las cuerdas, el mástil, los amplificadores que chillan más y más alto, mientras continúa girando. Vibra la batería y las piernas de todos a mi alrededor, que llevamos el ritmo con los talones. Vibran las paredes, vibra el universo, vibra Méliès y vibramos todos. 

Fotos: Ray Marmolejo / Bestia Aural

El hechizo se rompió cuando la magia de Méliès se terminó en el proyector y los músicos tocaron su último acorde. Un final tajante seguido por las mismas luces blancas que antes diera inicio al espectáculo y que ahora lo culminan iluminando todo el lugar, incluyendo las salidas que rápidamente comienzan a vaciarse. Nada de formalismos. Nadie súplica por otra canción. Los músicos se despiden brevemente y se retiran, como si nada.

Afuera, la ciudad apesta a basura, miados y monóxido de carbono. En la esquina, un carrito de hamburguesas destaca entre la multitud. Me quedan 50 morlacos en la cartera y tengo un antojo irresistible de cerveza. Me alcanza para una con doble queso, un cigarro y una chela para la caminera. Mientras me alejo pienso en Melies.

El alquimista no buscaba la transmutación del plomo en oro para hacerse rico o poderoso, sino para encontrar el elixir de la vida eterna. Un artista verdadero, no busca la fama, sino la inmortalidad. Georges Méliès fue el creador de la ficción cinematográfica, de los géneros de fantasía, horror, y ciencia ficción, considerado por muchos, padre del surrealismo y del concepto de cine como espectáculo de masas. Su legado para el mundo: los más de 500 filmes que grabó y que hoy son, la piedra filosofal que le dará vida, hasta el fin de los tiempos.